Crónica Roja

Las referencias humanas, en la llamada "zona de la muerte" del Monte Everest.

Publicado por:
Journalist: John Jairo G.A
Publicado en:
August 26, 2025
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Quito, 26 de agosto del 2025.

Cadáveres del Everest: Señales humanas en la montaña más alta del mundo.


El viento helado golpea con fuerza en la llamada “zona de la muerte”, esa franja por encima de los 8.000 metros en la que el oxígeno se vuelve insuficiente y cada paso cuesta un esfuerzo sobrehumano. Allí, donde el aire arde en los pulmones y la mente se nubla por la falta de oxígeno, el silencio solo se rompe por el crujido del hielo bajo las botas. Y en medio de esa soledad extrema, aparecen figuras inmóviles, cuerpos congelados, alpinistas que no lograron volver y que hoy se han convertido en marcas del camino hacia la cima del Everest.

Señales de un camino mortal


Los montañistas los llaman “hitos” o “referencias”. Para algunos, resultan un recordatorio brutal de lo que está en juego. Para otros, casi una compañía muda en medio de la travesía. Uno de los más conocidos es el cuerpo apodado “Green Boots”, llamado así por sus llamativas botas verdes. Durante años, quienes ascendían por la ruta noreste de la montaña tenían que pasar junto a él, agachándose en la pequeña cueva donde quedó tendido. Se cree que era Tsewang Paljor, un joven policía indio que murió en 1996 en medio de una tormenta. Su cuerpo permaneció más de dos décadas como un punto de referencia, hasta que fue retirado discretamente.

No es el único. En las pendientes heladas yace también Francys Arsentiev, conocida como “La bella durmiente del Everest”. En 1998, intentó lo que nadie había logrado, ser la primera estadounidense en coronar la cima sin oxígeno suplementario. Alcanzó la cumbre, pero en el descenso se perdió en la oscuridad y murió agotada. Su cadáver, inmóvil, fue visto por decenas de expediciones hasta que finalmente, en 2007, un grupo de montañistas decidió bajarlo unos metros y cubrirlo con la bandera de Estados Unidos.

La montaña que no devuelve


Desde 1953, cuando Edmund Hillary y Tenzing Norgay lograron el primer ascenso exitoso, más de 320 personas han muerto en el Everest. Avalanchas, caídas, mal de altura, hipotermia y simples errores en un entorno donde cualquier descuido puede ser fatal. Lo cierto es que, en esas alturas, los muertos permanecen.

Rescatar un cuerpo en la “zona de la muerte” es una tarea casi imposible. Requiere decenas de sherpas, oxígeno extra, y un costo que puede superar los 50.000 dólares. Pero más allá del dinero, es el riesgo, cada rescate pone en peligro más vidas. Por eso, muchos cuerpos terminan congelados donde cayeron, preservados por el frío extremo, transformados en estatuas de hielo que desafían al tiempo.

Una ruta marcada por fantasmas


Para los alpinistas que buscan alcanzar el techo del mundo, la visión de esos cadáveres es un recordatorio inmediato de su propia fragilidad. Un sherpa veterano lo resumió alguna vez con crudeza: “Cada cuerpo es una advertencia. Si ellos no pudieron, tú tampoco tienes garantías”.

El Everest, convertido en destino turístico de élite y escenario de expediciones comerciales, ha visto cómo el flujo de escaladores aumenta cada año. Las imágenes de largas filas de personas esperando en la arista final dieron la vuelta al mundo en 2019, cuando varios murieron en cuestión de horas, atrapados entre el cansancio, la falta de oxígeno y la imposibilidad de retroceder.

El precio de la cima


La montaña más alta del planeta guarda sus secretos y sus muertos. Algunos de ellos se han vuelto casi legendarios, como el británico George Mallory, que desapareció en 1924 intentando alcanzar la cumbre. Su cuerpo fue hallado 75 años después, a más de 8.000 metros de altura, con la piel curtida por el hielo y la mirada fija en el horizonte. Nunca se supo si llegó a la cima antes de morir.

Hoy, quienes ascienden al Everest saben que el camino está sembrado de fantasmas. No hay flores, no hay tumbas, solo cuerpos congelados en posiciones extrañas, algunos con la mirada hacia arriba, otros abrazando la roca, todos testigos silenciosos del límite al que puede llegar la ambición humana.

El Everest sigue siendo un desafío, pero también una advertencia. Cada cadáver que se asoma en la nieve recuerda lo mismo, que la cima más alta del mundo también es un cementerio a cielo abierto, donde la gloria y la tragedia caminan juntas, paso a paso, entre las nubes del Himalaya.


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